miércoles, 17 de diciembre de 2014

Identidad

La cédula dice Juan Manuel. La madre siempre fue por Juanma. Yo quise imponer el Manolito.

Ninguna ganó. Él se hace llamar Manu. Y a mí me encanta.

Tiene 2 años y ya sabe cómo le gusta que le digan. Así que puede hacer de su vida lo que se le cante. Solo pido que le gusten los Beatles.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Ahora camina distinto

Por fin llegó el día. Lo venían a ver del club de la capital y había que demostrar.
No había pasado mucho tiempo del debut en primera. Tenía casi tantos nervios como aquella vez. ¡Cómo anduvo ese día! La rompió. Y él lo sabía. Pero ahora la presión era más grande.
Toda la temporada la hizo de goma: la descosió, la amasó y la volvió a coser. Y con cada moña un sueño. Con cada caño una ilusión. Y con cada definición contra el palo un paso hacia cumplir esos sueños. El club de la capital primero. Con eso, para todo el pueblo ya estaría cumplido. Pero él era más ambicioso. Si llegaba a jugar en un cuadro grande, en una de esas, otras buenas temporadas como ésta y  - por qué no - el pase al exterior. Sabía que no era fácil, que muy pocos se iban. Y muchos menos llegaban a Europa.


Pero él tenía esperanzas. ¿Por qué no habría de tenerlas? Desde chiquito se había destacado con la pelota. Pero desde que debutó en la primera del Club Atlético Pororó se convirtió en el ídolo del equipo que acaparaba la mitad de los hinchas locales. Un cuadro que alternaba regularmente los campeonatos del pueblo con el Club Lagrimal de Fútbol pero que venía de una sequía importante; varios años sin conseguir un campeonato que significaba una eternidad en bromas del clásico rival.
Todo cambió con su llegada a Primera. El Pororó, el cuadro de sus amores, aquel del que lo hizo hincha su abuelo y al que llevó a probarse su tío, volvía a salir campeón de la mano y los pies suyos.


Pero no habían sido todas buenas. Con las buenas actuaciones llegaron los elogios y con ellos la altanería.
Él sabia que se hablaba de que se había agrandado y también era consciente de que se había agrandado. ¿Qué iba a hacer? Era un pueblo chico y todos hablaban de él. Y todos lo saludaban en la calle. Y le regalaban cosas. Y le pedían autógrafos. Y para muchos era un crack y para otros era un sorete mal cagado, agrandado y pecho frío.
No le importaba lo que dijeran. Su meta era dedicarse a eso y pegar el salto al fútbol europeo.

Por suerte la tenía a Paola. La amiga de la infancia que de un momento a otro dejó de serlo. Con ella y el Gordo alcanzaba. Eran inseparables los tres. Y el Gordo le bancaba todas. Era el fiel escudero, pierna para todo, que con gusto se dejaba ser objeto de chistes para que a su amigo le rieran las gracias.


La única contra del Gordo es que era hincha del Lagrimal. El Gordo era un patadura. Un clásico voluntarioso que había llegado a jugar en primera (siempre dentro del pueblo) en un cuadro de los mal llamados “chicos”, el fusionado Comezón Sporting. Dos veces por año se enfrentaban y el Gordo se dejaba, más que nunca, hacer todos los caños, moñas y pisadas posibles para que él se luciera.
Y que le gustaba Paola. Era inevitable. A lo que pegó el estirón la Pao se puso fuerte del todo. Linda como entrar a un pelotero de grande. Y también fue inevitable que lo eligiera a él a principio de esa temporada. El Gordo nunca lo había ni siquiera sugerido pero era obvio que le gustaba. Pero ella lo eligió a él y cuando se juntaban los tres hablaban de los planes que tenían cuando lo fichara un equipo de la capital; cómo se iban a ir a vivir a la ciudad y “obvio Gordo que te vas a tener que comprar un ‘jetra’ porque vas a ser testigo en el casamiento” y “espero que nos puedas ir a visitar cuando vivamos en Europa”.
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La recuperación fue larga. Solo para volver a caminar le llevó varios meses y más de dos operaciones. La lesión fue durísima pero ya ni recordaba el dolor. Fractura expuesta de tibia, peroné y rotura de ligamentos. La renguera que le había quedado hacía que los chiquilines se rieran de él. Ahora tenía un clavo en la pierna y lo recordaba cada vez que iba al supermercado del pueblo desde que a los dueños se les ocurrió instalar un detector de metales en la puerta. Por suerte nunca tuvo que pasar por un aeropuerto, aunque la lesión por lo menos le permitió conocer la capital. Lo operaron en un hospital de allá.
De ese día solo recordaba el primer gol que le había hecho al Comezón y haber visto de reojo a los dos tipos de elegante sport que habían llegado en una coupé para ver si lo fichaban. Después, solamente los ojos entrecerrados del Gordo cuando lo iba a encarar y los labios mascullando una frase:
- Ahora sí vas a caminar distinto.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Libertad

Manolito cumplió un año hace poco. No quiero pecar de anticipado pero creo que ya es momento de ir pensando en su futuro.

Quizás sea un poco apresurado pero a esta edad ya van mostrando cuáles son sus intereses. Se los ve si les gusta la pelota o los libros, la música o las manualidades, etc.


No quiero trasladarle mis frustraciones. Dicen que es de las peores cosas que un padre puede hacer. Pero no estaría nada mal que saliera futbolista o músico. "¡¡¿¿Músico??!!" - dice mi señora - "ah, no, que tenga un trabajo decente". Vivir de la música es de lo más honroso que hay, le contesto yo. "No, no, que tenga un trabajo normal.". Bueno, ya veremos. Al parecer no soy el único que está pensando veinte años para adelante.


["¡¡Juan Manuel!! Te dije que ahí no"] 


Pucha. Perdón la interrupción. La bestia empezó a caminar y se acabó la paz. Ya me veo que me van a empezar a llamar tipo radiotaxi: vimos a Manolito en la Rambla, cjjj, Avenida Italia y Coquimbo, cjjj, clave 6, cjjj, 4, 3.



Igual esto ya venía de antes. El loco hace los 100 metros gateando en 10,8 segundos. Es el Usain Bolt del gateo. No hay quien lo agarre y no soporta que nadie lo haga. Manolito no tolera nada que le ponga el yugo y coarte su libertad ambulatoria. Me lo dijo con esas palabras. Espero que no me salga abogado.