La zoología y el fútbol están
emparentados. O por lo menos uno tiene referencias de la otra. Que el lateral
derecho por lo general es un burro. Que el 5 mete como caballo. Que son unos
perros y hay que mandarlos al matadero. Que se vayan todos.
Un partido chivo es aquel que
de antemano se presenta como muy difícil de ganar o que termina siendo duro,
trabado, luchado. Feo por lo general.
No fue por ninguna de estas
características que el partido de ese domingo quedó en el recuerdo de todos. Tanto
que se celebra todos los años con un gran asado. Obviamente que el que no puede
ir nunca es Pancho porque le coincide con su aniversario de casado.
En los papeles sí pintaba
para ser un partido complicado que, de ganarse, iba a quedar en el mejor de los
recuerdos. Si se perdía o empataba era lo mismo: se casaba el Pancho la noche
anterior y el domingo de mañana había que estar todos, en el estado que fuera.
Y el rival no había aceptado cambiar la fecha del encuentro por lo que, a pesar
de no tener antecedentes contra ellos, se generó una enemistad incendiaria y
existía la esperanza de llevarse una victoria con ribetes épicos.
Pero no. A los veinte minutos
ya perdíamos dos a cero y la cosa estaba liquidada. El rival se floreó y por
suerte levantó la pata en el segundo tiempo, si no, nos comíamos ocho.
De todas formas, ¡hay que ver
cómo llegamos esa mañana! A la mayoría solo nos dio para pasar por casa,
levantar la ropa, tomar un café y arrancar para la cancha. Alguno más
responsable llegó a dormir dos horitas. Las caras que iban apareciendo daban
cada vez más lástima pero teníamos tremenda manija de ganarle a estos soretes
que no nos cambiaron el partido. Los tenemos que pasar por arriba. Victoria. Épica.
Gloria. Lo que cualquier futbolista desea. En cualquier circunstancia. Sobre
todo si está en pedo.
Todos sabíamos que ese
domingo podía pasar cualquier cosa. Lo que nadie esperaba era ver aparecer a
Dieguito con la rubia.
En el casamiento la mayoría
había andado bien (salvo el pendejo boludo que se mamó y dijo que la que estaba
buenísima era la de blanco, en clara referencia a la novia, y que nadie más
volvió a ver nunca) pero Dieguito, como siempre, la descosió.
Punterito, goleador, de pique
explosivo, gambeta endemoniada y remate potente, Dieguito pudo haberse dedicado
al fútbol profesional, pero le gustaba bastante el chupi y los padres lo habían
hecho seguir los estudios. Ahora, si bien no era de los más viejos ya cargaba
varias temporadas y algunos descensos a sus espaldas pero seguía siendo el
jugador más desnivelante que teníamos.
Y era fachero así que no nos
extrañó que a la primera canción después del vals ya se estuviera conversando a
la amiga de la novia que estaba más buena que todas.
Él hubiera pretendido
llevársela a un telo y dejar a todo el cuadro tirado pero ella no aceptó pasar lo
que quedaba de la noche con él. Sí aceptó ir a desayunar a un restorán de
comida rápida y acompañarlo al partido. Mejor para nosotros porque, en las
condiciones en que estaba el cuadro, Dieguito era el único, incluso borracho,
que podía hacer un gol y después metíamos la bañadera atrás.
La rubia tenía la misma cara
de resaca y poco sueño que todo el resto del plantel pero estaba impecable. Y
ahí se tiró, a un costado de la línea de cal, cerca del córner, al solcito, nadie sabe bien a qué.
El partido para Dieguito se
acabó a los 15 minutos. Y con eso cualquier posibilidad de cogerse a la rubia. Pero
inauguró la celebración del asado aniversario por el "partido chivo" cuando al segundo
pique contra la raya tuvo que seguir para afuera y terminó vomitando encima de
las botas recién compradas de la rubia.