martes, 24 de abril de 2012

Dos puntosero



Te manejo internet, mail, Facebook, Twitter, Linkedin, procesador de texto, excel (pero sin fórmulas) y si me das unos días te armo una presentación re-linda en power point.

Sé programar lavado, prelavado, lavado rápido, enjuague, pre-enjuague, centrifugado y precentrifugado en el lavarropa.

Con el microondas caliento, cocino, coso, descongelo, hiervo y hasta recaliento la pizza del miércoles de noche para acompañar el café con leche del jueves de mañana.

Soy capaz incluso de manejar ese marciano al que le ponés una tarjeta, apretás un par de botones y te da plata.

Pero no logro traspasar la frontera de la operación inversa con el cajero del banco. No logro usar el buzón para depósito del banco. Cada vez que voy, hago el procedimiento treinta y siete veces para no equivocarme en nada. Y de todas formas cuando introduzco el sobre siento que mi plata va a ir a parar a cualquier lado menos a mi cuenta. Más bien siento que desaparece o queda flotando en el aire. No tengo a ningún funcionario a quien echarle la culpa.

No creo ser el único y cada vez que hago la operación el resultado es el esperado pero no evita que a la siguiente vez sienta que voy a tirar mi plata.

Ah, tampoco sé manejar el aire acondicionado de la oficina, pero eso ya es de tarado nomás.

jueves, 5 de abril de 2012

Nada que ver

Carlitos era un tipo que no tenía nada que esconder. 

Estaba casado, pero su esposa había sido su primera mujer, por lo que no ocultaba ex novias, amantes, parejas, aventuras. Mucho menos preferencias sexuales raras, ni siquiera de las llamadas desviadas o parafilias.

En el trabajo tampoco tenía nada que confesar: nunca cagó a un compañero, no se llevaba las lapiceras para la casa, ni siquiera imprimía documentos personales.

No pitaba a escondidas, no deseaba a la mujer del prójimo y de adolescente solo se pajeaba mientras la vieja estaba en su laburo. 

Un día descubrió que no todos eran como él. Que todo el mundo, en mayor o menor medida, tenía al menos algo que esconder. No le gustó, pero se la bancó. Y a todo el que pudo se lo dijo, porque él no se guardaba nada.