El loco volvía a su casa.
Cansado, sudoroso. Pero contento. Tras muchos años el pueblo sacudía su
modorra. La forestal multinacional había empezado a funcionar: plantación de
montes, obras de aserradero y un vivero. Había trabajo para todo el pueblo y
para tres pueblos más como ese. Por una vez los políticos habían cumplido sus
promesas.
Algunas voces se habían
alzado pero eran los menos: los viejos que no aceptaban los cambios y no
entendían nada. Atrás quedarían los días de sentarse en la plaza a hacer nada,
o ver ese mismo espectáculo por televisión.
Llegó con el atardecer
después de caminar los 4 kilómetros que lo separaban del pueblo.
En la puerta, como siempre,
sentado en un banquito, el viejo. Amargueando dulcemente.
- Sáquese esas botas sucias
pa’ntrar al rancho.
- ¿Pero qué dice abuelo? Si el
rancho tiene piso’e tierra. Ej’una mugre.
- Mire m’ijo. Sepa esto y grábeselo en esa cabecita
suya: esa mugre que usté dice adentro’el rancho, esa tierra, es nuestra tierra.
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Pase doña, mire que no molesta.