martes, 2 de abril de 2013

Merienda

Soy millonario. 

No tengo ningún problema en decirlo. Ya sé que muchos me dirán agrandado. Los treintañeros como yo dirían "pillado". Pero allá ellos. Lo que tengo me lo gané yo solo, con mis manos. Bah, más bien con mi pienso.

¿Qué cómo fue que hice tanta plata? Hacer plata no fue difícil. Vendí una idea por varios millones. Lo complicado fue darle forma a lo que estaba en mi cabeza.

¿Que cuál fue esa idea? Vaya a su cocina y mire cuál es el objeto más maravilloso, increíble  útil y sofisticado que encuentra. No, no es la puerta del horno que es una pantalla conectada a la televisión por cable que le permite mirar una película y acrecentar su cara de bobo mientras mira cómo se cocina ese pollito. Mire para el otro lado. Exacto! Esa misma! 

La "heladera inteligente" es creación mía. Obviamente que yo no la bauticé así. Yo le puse "Marita" pero el saber popular derivó en eso una vez que mi invento se instaló en casi todos los hogares del mundo.

La idea se empezó a gestar en mi cabeza en los primeros años de facultad. Toda la vida viví solo y siempre fui un desastre. Pagaba todas las cuentas vencidas y con recargos. Me iba de mi apartamento y dejaba la puerta sin llave y el aire acondicionado prendido un fin de semana entero. Dejaba ropa lavada en el lavarropas por tres días hasta que cuando me acordaba había agarrado tal olor a humedad que la tenía que mandar al lavadero. Y así podría seguir por horas.

Pero lo que más me calentaba era el tema de la comida. No soy un sibarita pero me revuelvo en la cocina; pero necesito que me digan exactamente qué tengo que hacer. Pero como vivía solo (y lo sigo haciendo) no tenía quién lo hiciera. Entonces tenía la heladera llena después de un caro surtido en el supermercardo pero nunca usaba nada. Nunca sabía qué había en la heladera y el sábado encontraba unos morrones que qué bien le hubieran ido a los fideos con queso del lunes. Obviamente a esa altura los morrones estaban pasados y con ellos terminaba tirando la mitad de las cosas que había comprado porque se pudrían antes de que las comiera.

Ahí fue que me di cuenta lo que precisaba. Y terminó siendo la génesis de "Marita" o "la heladera inteligente". Un programita que básicamente supiera qué elementos había en la heladera y qué se podía hacer con ellos.

Empecé ideando una suerte de etiquetas: uno ingresaba por ejemplo agua, jugo, cerveza y leche en la heladera y le ponía la etiqueta "tomar", "beber" o algo similar. Eso quedaba cargado en el sistema por lo que cuando uno preguntaba "¿qué hay para tomar?", el programa contestaba que había agua, jugo o leche (en mi versión personalizada está la etiqueta "chupar" para la cerveza).

El siguiente paso fue introducir recetas para que la bicha supiera cómo combinar los ingredientes que tenía cargados, a los cuales se le agregaron los que se guardan en la alacena, porque ¿quién guarda los fideos en la heladera? 

En definitiva, la primera versión era muy parecida a la que salió primero al mercado y que previo algunas actualizaciones que le ha ido introduciendo el fabricante, contesta a la pregunta básica que yo me hacía cada vez que llegaba a casa: "¿Qué hay de merendar?". Y ahí estaba, una voz amiga para quienes estamos solos, que nos decía "café con leche y galletitas. O con los huevos y un poco de harina podés tener unos waffles".

La idea era fantástica.

Invertí todos mis ahorros en contratar un programador y todo lo necesario para llevar a cabo algo que obviamente para un estudiante de abogacía como yo era imposible. Pero no se la vendí a nadie.

Hasta que me di cuenta qué era lo que faltaba. Había estado en mi inconsciente todo el tiempo, cada vez que me imaginaba mi invento pero no pensé que fuera lo que haría la diferencia. Había pensado hacerlo de esa manera exclusivamente para mi versión personal pero resultó que era el elemento clave para todo el mundo.

Eliminé la voz robótica generada por computadora que le había puesto originalmente y en su lugar grabé a Marita, la madre de Carlitos, mi mejor amigo, mi hermano del alma. La voz que siempre nos recibía cuando llegábamos de la escuela y nos preparaba la merienda y le preguntaba a Carlitos cómo le había ido en el día. Y lo consolaba cuando a Carlitos lo habían agarrado de gil. Y se enorgullecía cuando a Carlitos lo había felicitado la maestra. Y lo ayudaba con los deberes. Y estaba para lo que Carlitos necesitara.

Era esa voz, suave, calma, lo que hacía que una heladera que hablaba fuera una presencia cálida en la cocina de un hogar.

Soy millonario y no me avergüenza decirlo. Vendí una idea que se me ocurrió a mí solo a un fabricante de heladeras que supo que se iba a forrar.  

Juro que el hecho de ser huérfano no tuvo nada que ver en esto.

1 comentario:

Pase doña, mire que no molesta.